¿Está pensando en invertir? Si está próximo a tomar la decisión, le recomiendo que primero se haga a sí mismo esta simple pregunta que me sugirió un viejo amigo del mundo de las finanzas: ¿cuánto tiempo puedo aguantar la respiración bajo el agua?… Usted dirá qué tiene que ver esto con mi decisión de invertir. La verdad es que todo. Y la respuesta será fundamental para que pueda tener una experiencia de inversión satisfactoria.
Y es que antes de saber cuánto quiero invertir o cuánto aspiro a ganar, es necesario tener claro qué tipo de inversionista soy y cuánto riesgo estoy dispuesto a tomar. Este es el primer paso para crear una cartera que obedezca a esa tolerancia, dado que en función de esa definición será el retorno (y riesgo) que obtenga. En suma, lograr una ganancia acorde con mi perfil.
Por tanto, si quiero más retorno, tendré que tomar más riesgo… pero si mi perfil de inversionista no me lo permite, ¿para qué pasarlo mal? Por eso la pregunta sobre la capacidad de apnea –es decir, cuánto tiempo puedo aguantar viendo que mis acciones caen- es tan relevante y tan atingente.
Dado que el perfil de inversionista es inherente a cada persona, no pudiendo argumentar que un perfil sea mejor que otro, habrá distintos tipos de carteras. La Teoría del Comportamiento nos indica que existen inversionistas a los que no les satisface demasiado ganar mucho más, pero que sí les preocupa mucho perder, por lo que suelen ser conservadores con sus recursos. Pero hay otros muy agresivos, que no se alteran cuando el mercado anota caídas de 40% en un año. El súper agresivo obviamente obtiene rentabilidades mayores que el conservador en el largo plazo. Sin embargo, lo importante es que ambos puedan dormir tranquilos con el perfil de inversionista que han definido para sí mismos.
Teniendo claro lo relevante que resulta lo dicho anteriormente, en Capital Advisors construimos carteras para ayudar a identificar el perfil de cada persona. Por ejemplo, simulemos tres carteras: una de muy bajo riesgo (solo renta fija), otra de riesgo intermedio (50% renta variable/50% renta fija) y una tercera de alto riesgo (solo renta variable). La premisa que se siguió fue estar súper diversificados, comprar activos en todo el mundo, tener muchos emisores distintos, implementar a bajo costo y estar siempre 100% invertidos.
Si se mide en dólares, quien invirtió en la cartera de 100% en renta fija vio que en 43 años US$ 1 invertido se transformó en US$10, mientras que en la cartera intermedia se convirtió en US$56. Sin embargo, el dólar invertido solo en renta variable llegó a US$248. Obviamente, este último debió enfrentar una volatilidad más alta, pero que fue compensada con mayor retorno.
Veamos ahora las mismas carteras en mayor detalle, identificando las zonas rojas en las que el inversionista literalmente debió haber aguantado debajo del agua:
- La cartera invertida solo en renta variable rentó 14% anual entre 1975 y 2017, con seis años negativos, pero que fueron tan malos que arrastraron más años para atrás. Por ejemplo, quien entró en 2007 debió esperar hasta 2012 para volver a los números azules, una apnea de seis años.
- En la cartera 50%/50%, el retorno en el mismo período pasó a 10% anual, con cinco años negativos, pero con zonas rojas bastante más reducidas. Por lo tanto, hubo que esperar menos años para volver a las cifras azules.
- Quien en el mismo período invirtió en renta fija, nunca tuvo un año rojo, no debió hacer apnea, siempre vio su cartera subir, pero debió contentarse con rentar solo un 5%.
¿La diferencia entre los tres ejemplos? El perfil de riesgo definido por cada uno de esos inversionistas: quien estuvo dispuesto a arriesgarse más, obtuvo un retorno coherente con ello. Así, quien toma mucho o poco riesgo se expone a ser el mejor o el peor en rentabilidad, mientras que quienes asumen el riesgo intermedio siempre van a estar al medio, que es donde está la mayoría de los inversionistas.
¿Cuál es el riesgo de definir mal el perfil del inversionista? Para un inversionista erróneamente catalogado como de perfil agresivo, resulta muy caro hacer la pérdida si decide “tirar la toalla” cuando los mercados experimenten caídas violentas o si las pérdidas se arrastran por varios años, como de hecho puede suceder. Para un inversionista erróneamente catalogado como de perfil conservador, el paso del tiempo, sumado a la esperanza positiva en el retorno de los activos financieros, implicará que este habrá dejado plata sobre la mesa.
La gran conclusión de todo esto es que no hay por qué pasarlo mal invirtiendo, ni tampoco es necesario dejar de obtener rentabilidad. Para ello es fundamental conocer mi propio perfil de inversionista, que en definitiva implica saber cuánto estoy dispuesto a aguantar bajo el agua.